La cucaracha apareció de repente, se hizo paso entre los pies de la gente, era grande y alargada, casi tan larga como un bolígrafo de un tono marrón cobrizo, era un color metálico, excepto en el lomo donde oscurecía perdiendo la iridiscencia para volverse mate, un marrón como el del chocolate cuando se quema.
Las alas que se han modificado para convertirse en la armadura que protege su espalda se denomina elitro, y aunque no somos capaces de verlos tienen decenas de pelitos marrones.
La cucaracha caminaba asustada entre la gente, parecía un milagro que en aquel tranvía aun no la hubiese aplastado nadie, lo único que les hubiese molestado de aquello a los viajeros era aquel desagradable ruido, como el de una nuez cuando se casca, solo que a continuación le seguía un sonido de tripas aplastadas y vísceras desparramándose.
El animal asustado consiguió llegar hasta la mitad del vago, ahí rodeado de tanta gente era como invisible, nadie había reparado en el, la gente no se había fijado en aquella mancha oscura en el suelo.
Una joven que salia del tranvía la golpeo con el tacón, el animal asustado trepo por el zapato, un tacón abierto, camino sobre la carne de ella, palpando con sus diminutas patitas su pie sin que ella se diese cuenta.
Estaba decidida a trepar por la pierna cuando salio despedida del zapato y cayo de nuevo en mitad del tranvía.
Cayo del revés, incapaz de levantarse empezó a agitarse, movía sus patas curvando cada segmento de ellas, curvaba desesperada los artejos, moviendo toda la pata desesperada.
Se contraía y se contorsionaba, lo que antes había sido un movimiento armónico era ahora un caos de patitas buscando un lugar sobre el que apoyarse.
Viéndola así sentía uno compasión del animal, y sufría la imperiosa necesidad de aplastarlo, de convertir en un jugo marrón aquel sufrimiento.
Aturdido al ver al animal debatirse entre la vida y la muerte me levante, rodee al animal, mire sus ojillos sin expresión alguna, pero les di una humana para entender su sufrimiento.
Imagine una voz diminuta y carrasposa gritando y pidiendo auxilio, imagine sus gritos y su terror al verse indefensa entre aquella marabunta de pies que no dejaban de moverse.
Si un insecto pudiera contemplar la situación como lo hacemos nosotros estaría sumido en el mas profundo de los terrores.
Un vagón lleno de luces blancas de neón, donde no hay una sola sombra que sirve de refugio, un vagón atestado de extraños, de gigantescas extremidades que se abaten desde el cielo, un lugar inmerso en vibraciones, la resistencia del vagón con las vías, la de los giros, los ruidos de las ruedas, el chirrido de la maquinaria, y tu ahí, atrapado en mitad de todo aquello, retorciendo tu orondo cuerpo, demasiado grande para ser una cucaracha ágil que se habría reincorporado, eres gorda, rechoncha y tu cuerpo no da mas de si, es imposible volverse sobre ti mismo, y no sabes si es peor morir así o que finalmente uno de esos pies acabe por aplastarte.
Deje de imaginarme sus gritos de socorro y la levante, el animal salio disparado en cuanto recobro su horizontalidad, avanzaba a toda velocidad, buscaba un lugar húmedo y oscuro donde no temer por su vida.
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