Sobre las lomas resplandece el sol, el paisaje se torna totalmente rojo, la arena y la arenisca juegan con los colores de la paleta del divino pintor dándoles sus texturas, un paisaje vasto e inalcanzable, nada conocido en decenas de kilometros, ninguna aldea, ningún asentamiento.
Ni tan siquiera un caravasar donde pueda beber agua el viajero y procurar descanso para sus camellos. Aquí no hay nada mas, y sin embargo por estas inhóspitas tierras cabalgaron, cabalgan y parece que cabalgaran por unos cuantos siglos mas todavía las caravanas que como esta hace ya semanas partieron desde Siria y desde el hedjaz.
Cuando las caravanas marchan nada queda, no se paran en su camino, no exploran aquí donde todo se da por perdido.
La caravana de nuevo desaparece perdiéndose en el horizonte marchando hacia donde este nace.
Sin embargo hoy las vastas llanuras tienen mas visitantes, tres siluetas se dibujan en la lejania, avanzan lentamente confiadas.
El ingles daba tumbos en el camello, abrasado por el sol, no soportaba aquel calor infernal, aquella sequedad, y la arena que se levantaba.
El alemán dormía a lomos del camello, y los afganos charlaban apresuradamente, señalando a los europeos constantemente, probablemente bromeaban acerca de aquellos locos que cruzaban aquella estepa de muerte para entrometerse en los asuntos de los muertos.
Se acercaban a su mítico destino.
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